domingo, 28 de diciembre de 2008

3 de diciembre

El aeropuerto del Cairo es lo más caótico que he visto en mi vida. Nuestro vuelo no aparece en las pantallas y tampoco nadie sabe desde dónde sale, dónde hay que facturar... Preguntaremos en la oficina de Egyptair, recorreremos a pie los 3 edificios,... y nadie, absolutamente nadie, sabe cómo ayudarnos. Al final, decidiremos entrar por donde no pensábamos jamás que se pillaría el vuelo y allí encontramos la respuesta a todas nuestras preguntas: en el aeropuerto del Cairo, primero se pasa el control de seguridad y después, se factura. Las pantallas no siempre se actualizan (¿para qué?) y nuestro vuelo hará dos paradas: una en Aswan y otra en Abu-Simbel.

Nos tomamos un café para entrar en calor y nos saldrá caro, carísimo: a unos 2,5 euros el café. Reclamamos, pero el camarero nos trae una lista de precios en inglés que no me convence; no tiene la de los precios en árabe.

Al subirnos en el avión, siento que aquello se mueve más que nunca y no puedo evitar sentir miedo. La cara de pánico que también a veces se refleja en la de Vasa me atemoriza todavía más. El aparato se balancea especialmente al despegar y al aterrizar.

Llegar a Abu-Simbel en avión merece la pena. El paisaje es curioso, con un montón de islistas puntiagudas que sobresalen por la superficie del lago Nasser, de un azul intenso. De repente, a un lado, el templo y en breves instantes, el aeropuerto, situado en pleno desierto.

Al bajar del avión, nuestras mochilas ya están fuera, esperándonos. Las cogemos y nos dirigimos a la salida, esta vez solos, puesto que los japoneses se han apiñado para montarse a su autobús. Desorientados, se nos acercan 4 ó 5 señores grandes y negros en sus vestidos grises y turbantes. Gritan. No entiendo nada, y de repente distingo "hotel", "taxi",... "yes, yes"... Hemos visto en la guía que hay un hotel al lado del templo, el Nefertari, y a la persona que lo recomendaba se lo habían dejado por 37 dólares la noche. Iban él, su esposa y su hijo.

Los tres kilómetros que separan dicho resorte del aeropuerto me sorprenden. El verde intenso y las flores de las buganvillas pueblan los alrededores de la villa, inmersa en pleno desierto. La presencia cercana del Nilo se huele...

El Nefertari también me sorprende. Por un momento, me transporta y creo imaginar que estamos en una de aquellas villas típica de los ingleses cuando colonizaban continentes en el XIX según lo muestras las pelis. Es precioso, pero tiemblo cuando nos pide el precio de la habitación: 130$/noche, que imagino que deben de ser unos 100€ al cambio. Ni de coña… Hay unos 5-10 minutos de tira-y-afloja y nos mostramos decididos a no pagar más de 50€, que ya son muchos para nuestro presupuesto. El tío se niega y acabamos saliendo del hotel con las mochilas en las espalda y sin saber muy bien adónde ir. La tranquilidad de Vasa me tranquiliza y sé que al final todo saldrá bien, aunque por momentos me imagino también durmiendo tirada en algún rincón arenoso de la zona. Buscamos en la guía que llevamos y encontramos un “hotel” a 2 km que nos cobra unos 20€/noche. Aceptamos de inmediato y un chavalito que trabaja en una de las tiendas cercanas se ofrece para llamarnos a un “taxi” al vernos tan desorientados. Le prometemos que más tarde nos acercaremos a su tienda para echar un vistazo.

El “taxi” resulta ser un coche particular y llegamos a la conclusión de que los taxis como “taxi” no existen. Y es que en realidad estamos en una aldea nubia a la que no se acerca ni Cristo ya que la mayoría de turistas llegan a las 7am de la mañana y se piran a las 10 am después de haber visitado el templo. Sólo se puede llegar vía avión o en autobús bajo un convoy policial que recorre la zona del desierto ya que es una zona inestable por su proximidad con Sudán. Así que el turismo, lo que se llama turismo, está muy poco desarrollado en la aldea.

Llegamos a nuestro hotelito y nos alegramos de tener un techo donde dormir, aunque sea un lugar según los estándares africanos: camas regulín, alguna cuqui que otra, un baño que mejor usarlo rápido y sin mirar demasiado y sin agua caliente, of course. La verdad es que no le hacemos mucho asco y pronto nos dejamos caer porque estamos muertos; no hemos dormido en toda la noche y necesitamos cargar pilas.

Sobre las 12 nos levantamos, me ducho y nos dirigimos al templo. Son 2 kilómetros hasta allí y para llegar hay que pasar por la aldea. Somos los únicos blancos que hay y las pupilas penetrantes no faltan. Tampoco chicos que se nos acercan, nos preguntan por nuestro nombre, nuestro país,… hablan, hablan, hablan… hasta que de repente escuchamos la palabra mágica: “taxi”. Aceptamos y les pedimos que nos lleven a un banco. No nos hemos acordado de cambiar dinero en el Cairo y ahora no tenemos ni un duro. Lo peor es que aquí no hay ATM y si tampoco hay bancos pues… nos tocará fregar algún plato que otro y arreglar habitaciones. Por suerte hay. Vasa entra y yo me quedo hablando con el taxista, muy amable, por cierto.

Al rato llegamos al templo y nos quedamos maravillados. Y para mayor placer, estamos completamente solos… Lo mejor es lo bien que se conserva el interior, que por desgracia no podemos fotografiar. Nos enteramos que parte del secreto está en que este edificio estuvo escondido bajo la arena del desierto durante muchos, muchísimos años, por lo que no estuvo expuesto a la visión ni acción del hombre. Lleva sólo 150 años “descubierto”.

Lo mandó construir Ramsés II y quiso que su majestuosidad y poder ante los nubios quedara muy patente, de ahí el tamaño de las estatuas. Sin embargo, una de las cosas que más fascina de toda esta historia es que el 21 de octubre, día en que el faraón cumplía años, y el 21 de febrero, día en que fue coronado, el sol atraviesa los 60 ó 70 metros de profundidad del templo e ilumina su figura, la de Nefertiti y la de otro dios que los acompaña. Alucinante…

Otro aspecto: Este templo no es el original sino que el primero estaba 100 metros más abajo, junto al Nilo. Sin embargo, la idea de querer construir una presa llevo urgentemente a la UNESCO a cortarlo cachito a cachito y volverlo a montar más arriba para "salvarlo". Impresionante...

Acabamos de visitar ambos templos, del de Ramsés y el de Nefertiti, 100 metros a la derecha, y ya a punto de retirarnos el guardia nos ofrece echarle una foto al interior. No me puedo contener; es un auténtico caramelito, aunque soy consciente de que tendré que pagarlo. Le damos 5&E y salta con un "Only that?". Nos quedamos flipados, pero asentimos sin dudarlo. De repente nos pregunta "You married?". No lo dudamos y respondemos "Yes", ante lo que el guarda no duda en preguntar "And the kids?"... No podemos evitar mirarnos y reirnos "We're recently married... Kids will come one day". Debe pasarse el día solo y le apetece charlar un rato, con lo que continua interrogándonos "You Cristians?". Respondemos que sí y Vasa añade "I, Ortodox", y esas se convertirán en las palabras claves. Sus pupilas se abrirán, brillarán, y ahí me daré cuenta de cuán importante es la religión para esta gente. No tarda ni 3 segundos en mostrarnos su muñeca; lleva una cruz ortodoxa grabada, signo que después veremos que llevan todos los coptos. Él también es cristiano y ortodoxo. Es de El Cairo, pero ha tenido que dejar a su familia porque necesita ganar algo de dinero para mantenerlos. Se le ve triste y me da pena, sinceramente. Vivir lejos para encima ganar "cuatro chavos", tener que ser corrupto para sobrevivir. Intercambiamos, hablamos y nos explica que los coptos son minoría y que la vida es difícil para ellos, pero que en Abu-Simbel todavía conviven las dos comunidades en paz. Inevitablemente, no puedo evitar sentirme más tranquila.

Nos despedimos con una sonrisa y una cálida mirada. Ya estamos dándonos la vuelta cuando se repente grita "Madame", y veo que me extiende la mano con el billete de 5&E que le hemos dado antes. "Don't want money", pero me niego a cogerlo. Me ha dejado echar la foto y creo que se lo debo.

A la salida, tomamos un té en la terraza y alucinamos con lo que vemos: los guias turísticos con las japonesas maduritas... justo lo que nos habían dicho. Dicen que en los países musulmanes es muy frecuente que las europeas, americanas, japonesas,... maduritas acudan en busca de chavales jóvenes necesitados de roce y dinero. Es decir, es la imagen que tenemos de Cuba o Tailandia, pero con los papeles de los sexos invertidos. Curiosamente, no será la única vez que lo veamos... incluso tendremos oportunidad de que nos lo expliquen los propios egipcios de primera mano.

A las 7 volvemos al templo porque hay un espectáculo de luces. No espero mucho, pero sé que a Vasa le da ilusión. 40 minutos más tarde habré cambiado de opinión completamente. Me sorprende positivamente... Los templos iluminados son una pasada, la historia es preciosa y me pone los pelos de punta saber que estoy en medio del desierto y con el Nilo a 20 metros a mis espaldas. La única pena es que el show ha sido en japonés y, aunque llevaba auriculares con versión en inglés, no podía evitar escuchar "gritos" por "ahí afuera".

Salimos y ya es oscuro por completo. Vasa negocia un taxi que nos dejará en la aldea. Ahora toda excursión para encontrar un local donde cenar. No nos cuesta mucho y tenemos la oportunidad de degustar el falafel más delicioso que probaremos en Egipto. Después, cambiaremos de local y probaremos un panecillo de hígado y pimiento verde... mmmmm...

Nos retiramos pronto. Me da pena no haber podido echar más fotos al poblado, porque verdaderamente es auténtico. Mañana tenemos el avión a las 6h. y antes no habrá luz ni vida suficiente. Tendré que volver :)

Al hotel regresamos andando. El paseo no es muy largo y además resulta agradable el calorcito nocturno africano. La única cosa en la que no habíamos pensado y que hemos leído en la guía es que aquí hay malaria. No hemos tomado medicación ni hemos traido mosquitera. Me costará dormir, ya que escucho mosquitos cercanos a mi oído toooooda la noche.

2 de diciembre de 2008

Queríamos salir de casa temprano, sobre las 7, pero no lo conseguimos. Dejamos el piso a las 8, ya con el sol fuera desde hace rato. Me encanta el calorcito egipcio y, sobre todo, sacar a pasear mis sandalias cuando en Belgrado está nevando.

Siguiendo los puntos de referencia que Fran nos dio, llegamos hasta Sadat para pillar un "taxi amarillo" que funcionan con taxímetro y no hay que negociar. Todavía no nos hemos metido lo suficiente en el ambiente como para regatear. Nos sentimos turistas indefensos. Antes de montarnos, le insistimos que no queremos paradas en ninguna tienda, que nuestro único destino es la puerta de acceso a las pirámides. Se dirige al sur bordeando el Nilo; después lo cruza y más tarde comienza a alejarse hasta llegar a una carretera que todo el mundo nos ha dicho que está repleta de burdeles. Yo no distingo ninguno a la luz del día y desde el taxi. Alrededor de una hora más tarde, y mientras atravesamos polvorientas calles e escenas míticas del día a día, surgen como de la nada 3 moles gigantescas. Se las ve difusas. La capa de contaminación es evidente, pero no impide reconocerlas. Imponen.

Creemos estar ya acercándonos a la puerta cuando de repente el taxi se detiene. La puerta trasera que está a mi lado se abre y allí aparece un rostro cautivador, de tez morena y mirada verte profunda. Su voz suave y tono melódico no deja de ser menos atrayente. Nos invita a bajar, pero despierto del encandilamiento y me niego al percatarme que se trata una vez más de un intento por vendernos algo. Aquella mirada sigue intentándonos convencer; Vasa me mira, yo lo miro y le repito que no me bajo. El grado de ridiculez de la situación aumenta por segundos: el vendedor sigue dándole, nosotros hacemos oidos sordos y el taxi desespera ante nuestra pasividad y la oportunidad que está perdiendo de no hacerse con su parte de la comisión. Hartos, cierran la puerta y arrancamos. Diez minutos má starde nos deja en las taquillas. Pagamos y salimos.

Vasa insiste en que entre con él a las Pirámides. Me atrae la idea, pero me asusta pensar en los 20 metros de pasadizo claustrofóbico y polvoriento, oscurro y atiborrado de turistas que entran y salen. Me falta la respiración, pero al mismo tiempo la curiosidad me puede. Acabamos comprando dos entradas para la "Gran Pirámide". Ya en el recinto, aquellas moles imponentes desde la distancia pierden parte de su encanto. Dejan de impresionar en su conjunto, si bien es cierto que sobrecoge el tamaño de los bloques que usaban para construirlas y, aún más, saber que los remolcaron Nilo arriba para satisfacer los deseos faraónicos.

Ya en la entrada de la atracción, el guarda me pide que deje la cámara de fotografiar fuera. Insiste en que no puedo entrar con ella. Le pregunto que dónde la dejo y me responde "Ahí", al tiempo que señala un montón de cámaras apiladas que turistas van pillando de forma desorganizada al salir. Me niego en rotundo. Por un momento se me reproduce el momento en que salgo de la Pirámide y mi cámara no esté allí, todo el mundo desentendiéndose y nadie responsable de la desaparación. Vasa le insiste en que no la usaremos y que sola no entraré porque me da claustrofobia y prefiero entrar con alguien conocido. El guarda no cele y decido quedarme haciéndole compañía.

La mañana se nos pasará en aquella explanada que un día fue desierto y que hoy es parte de la capital. A la otra parte del Nilo, que queda cerca, se levantan un sinfín de edificios hasta un horizonte lejano, todos ellos inmersos en aquella burbuja negra de contaminación. Alrededor de las 11, aquel hormiguero ensalza sus cántigos a Alá.

La tranquilidad general del lugar también se ve interrumpida a menudo por carreras de camellos o caballos que compiten en velocidad, enfurecidos por unos amos que desean vanagloriarse frente al resto de mercaderes allí presentes.

Un par de horas más tarde, tras las fotos de rigor y la visita a la esfinge, no menos decepcionante, negociamos un taxi para nuestro regreso al Cairo: una limusine a Al-Hussein por 35&E. Al comienzo no me fío porque el coche no lleva símbolo alguno que pruebe ofrecer el servicio de taxi, pero de la nada aparece el "primo del conductor" e intenta convencerme con un "very good man, madame, very good man". Sólo el guiño de Vasa me tranquiliza y acepto subir. Al final, me alegra haber aceptado porque el señor resulta ser un taxista amabilísimo que nos hará, a la par, de guía. Finalmente, nos deja en Al-Hussein, donde le habíamos pedido. En lugar de las 35&E que hemos acordado, le damos las 40&E iniciales que pedía.

Estamos perdidos y la guía nos sirve de poco en esta ocasión. En el mapa todo parece pequeño y accesible, pero la realidad es otra. Comenzamos a andar y dejamos que sea la ciudad la que nos reconozca a nosotros, en lugar de nosotros a ella: tiendas, bares, comida, mezquitas, plazas,... Tenemos hambre y la matamos con un delicioso shawarma que nos sabe a gloria. La sed nos la quitamos con una Cola-Cola para evitar el agua no embotellada que nos han servido.

Retomamos pronto nuestra andadura, esta vez ya metidos de pleno en el bazar: callejones estrechos de luces, figuritas, pañuelos, escarabajos, esfínges,... y muchos gritos, la mayoría de ellos en español. Vasa queda asombrado por la rapidez con que me reconocen, por la claridad reveladora de mis rasgos. Las conversaciones las intentan entablar directamente en español, pero me doy cuenta de que cuando Vasa les dice que es de Serbia no van más allá. Simplemente le responden con un "Oh, Serbia,... Welcome to Egypt, Sir". Así que decido adoptar esta nacionalidad durante mi estancia en la tierra de los faraones, y funcionará.

A medida que andamos, vamos descubriendo las diferentes zonas del bazar: las especias, los objetos de cobre, los perfumes,... Incluso uno se percata de la zona para turistas y la zona de locales. Al adentrarnos en esta, nadie, absolutamente nadie, se dirige a nosotros. Nos miran, pero no tienen "nada que vender" que nos pueda interesar. Entramos en una de las mezquitas que se alza a nuestra derecha y a cambio de unas pocas libras egipicias, nos brindan amabilidad y un paseo por la sala de oraciones, la madraza y el minarete. Nos dejan incluso subir. La panorámica quita la respiración.

Por un lado, se percibe el tamaño mastodóntico de la ciudad, interminable hasta allá donde consigue alcanzar la vista. No muy lejos se distingue el Cairo Islámico y dicen que en los días claros (que imagino que serán pocos con ese grado de contaminación) también es posible divisar las pirámides por donde ahora se deja caer el sol. Sin embargo, lo más sobrecogedor son los tejados. Son de un gris de guerra, acompañado de un perfil destrozado y devastado de la ciudad. La ciudad es toda escombros.

Empezamos a descender cuando de repente comienza el canto a la oración. Son las 17h. y nuestro guía nos pide, un poco a la desesperada, que abandonemos el recinto. Salimos corriendo y nos calzamos en la calle. El ambiente ha cambiado en esta media hora que hemos estado en la mezquita. Las callejuelas son invadidas por carritos de venta de pan y compradores que se acercan. En sus puestos, los mercaderes sacan platitos de comida y la saborean. Estamos hambrientos y decidimos comprar algo en un local repleto de gente: lleva arroz, macarrones, fideos, garbanzos, lentejas... está delicioso. Vasa le echa un salsa picante en uno de los extremos porque yo no quiero y a los pocos segundos está tosiendo y rojo como un tomate. Una mujer que está sentada muy cerca se echa a reir y algunos egipcios que pasan por allí no pueden disimular sus risitas al ver a dos extranjeros devorándose un plato de koshari.

Al salir de aquellas callejueglas, cogemos un taxi y nos dirigimos a la Plaza de la Ópera. Cerca está el café Groppi, donde hemos quedado con Fran a las 6h. Lo esperamos en la terraza pero tarda. Lo llamamos y dice que está al caer, que llega en menos de 2 minutos. Lo seguimos esperando y a la hora empezamos a pensar que algo está pasando... Volvemos a hablar y descubrimos que hay dos Groppi en la ciudad, y cada uno está en un lugar diferente. Sobre las 7:30 nos reencontraremos para tomarnos el merecido café.

Esa noche salimos a cenar por Zamalek, el antiguo barrio occidental. Hoy todos los extranjeros prefieren vivir en sus cápsulas, zonas aisladas del centro donde rigen sus leyes y poco o nada existe del mundo egipcio: rubias en bikini, niños yendo en bicicleta por la calle, etc. Aunque Zamalek ya no es lo que era, todavía se respira en el aire que tampoco fue nunca un barrio 100% egipcio. Cenamos con Fran, Felipe y Juan, dos compañeros más de este mundillo de ELE. El local, con cuyo nombre no consigo quedarme, es precioso y la comida, que hoy es egipcia, está riquísima. No recuerdo los nombres, pero sí lo que era: un plato con pollo en salsa, otro de conejo con unas espinacas viscosas, un bacalao medio picante y pa' beber una cervecita egipcia, que no está mal pero no mata.

Nos retiramos sobre la 1. Tenemos el tiempo justo para llegar a casa, arreglar maletas, despedirnos de Fran y montarnos en un taxi camino del aeropuerto nacional. A las 4:45 tenemos nuestro vuelo a Abu-Simbel.

jueves, 25 de diciembre de 2008

1 de diciembre de 2008

Nos levantamos a las 10:30. No es que hayamos dormido mucho, pero tenemos una mañana atareada: Fran quiere mostrarnos algunos puntos de referencia para manejarnos en el Cairo, pues él se irá en un par de días: Calle Nagual y el Hotel Sheraton.

Más tarde conoceremos a J., otra colega cervantina que se ofrece amablemente a ayudarnos a comprar los billetes de tren que necesitaremos. Nuestro plan inicial es:

1) Cairo - Abu Simbel (en avión)
2) Abu Simbel - Aswan (en avión)
3) Aswan - Luxor (en tren)
4) Luxor - Cairo (en tren)

En principio, todo son fechas que bailan y bailarán hasta que la luna marque, por fin, qué día va a ser el Aid, la fiesta del Cordero. Si nos pilla en tierras egipcias, puede que nuestro plan tenga que sufrir algunas modificaciones, ya que puede haber trenes y aviones que sufran retrasos. Para cuando nos encontramos con J., parece que todo está solucionado, que será el 9. Nosotros volveremos a Belgrado el 8.

Le agradecemos que haya querido acompañarnos, puesto que de lo contrario nos las hubiéramos visto y deseado para ponernos de acuerdo con aquel señor para pedir los billetes. Todo en árabe, con pinta de poco preparado para los turistas. Los billetes nos los tienen que "traducir" y anotamos detrás qué es qué para poderlos identificar el día que los necesitemos. ¡Qué impotencia eso de no entender nada, ni siquiera los números! Siempre diciéndonos que los que usamos son números árabes y resulta que ellos utilizan los persas, que son preciosos, pero que no siempre coinciden.

Lo único con lo que yo no contaba era con tener que ir sentados toda la noche en los trenes, pero J. me dice que a estas alturas y con tanta poca antelación ya no se pueden coger literas. Egipto está siempre a petar de turistas, y eso que cuando seleccionamos el destino pensamos que íbamos a estar solos. No me quiero ni imaginar cómo debe de ser esto en verano: con hordas y horas de turistas y unos 50ºC...

Terminadas las gestiones, empezamos a andar por las calles de Dokki en dirección al "Culantro", un jardín donde nos tomaremos unos sándwiches y un zumo de mango. ¡Qué recuerdos! Por suerte o por desgracia, aquel sabor no es lo único que ha conseguido transportarme de nuevo a las sensaciones vividas en la India: las calles se parecen muchísimo y el ambiente es muy similar, si bien no noto la agresividad de la gente al mirarte, al invadir tu espacio personal, que era algo que yo llevaba muy mal en la India.

En general, esperaba encontrarme un Egipto más rico, pero lo que veo son calles llenas de polvo, casas pequeñas y medio destruidas con paredes pintadas de mil colores alegres pero sucias, puertas abiertas sin un fin claro, rostros masculinos en cada negocio,... La mujer no ocupa lugar en la escena pública. Las primeras, de clase más alta, son las empleadas de la oficina de Egyptair que se encuentra en las dependencias del Sheraton. Allí voy con Fran y Vasa para comprar los billetes a Abu Simbel para mañana. No sólo me soprende que haya mujeres, sino que a su vez me flipa que estén todas veladas. Sé que el Islam es la religión predominante y que muchas musulmanas llevan velo, pero también Turquía es un país con muchos musulmanes y el ambiente es completamente distinto al de Estambul.

Caminamos hacia el centro, hacia Sadat, cuando nos empezamos a cruzar con las primeras frentes amoratadas. Según nos cuentan, son pruebas de su fe fehaciente. La integración social pasa en Egipto por la religión. Y de religión hablaremos largo y ancho durante el viaje con diferentes personas y aprenderemos mucho, sobre todo, de los cristianos coptos. Desconocíamos que el porcentaje de población copta fuera tan elevado: un 15-20% "real" frente al 7-8% reconocido por el Estado.

Camino a Sadat, ya solos Vasa y yo, cruzamos un primer puente. Dejamos la Ópera al lado izquierdo y al derecho, un gigantesco club social. Metros más adelante, tras pasar junto a dos leones guardianes, se abre ante nosotros nuevamente el Nilo, sucísimo. Y a un lado y otro, rascacielos como champiñones. Me sorprende el estilo de megalópolis que tiene el centro de la ciudad. No me lo esperaba; dicen que es herencia de los años 50-60, cuando la capital egipcia no estaba tan islamizada y era mucho más “abierta”.

Llegamos a Sadat y a una esquina de la gran plaza se alza imponente la Mogama, centro administrativo y burocrático del país y regalo de la Unión Soviética. Se huele de inmediato a juzgar por el estilo arquitectónico, todo un mazacote. Justo en el lado opuesto, otra mole roja que resulta ser nuestro destino: el Museo Nacional Egipcio. Intentamos cruzar entre el tráfico egipcio, toda una odisea. Aquí no hay cebras ni semáforos que valgan, sino que hay que lanzarse a la calzada y sortear todo bicho viviente que se atreva a circular sea auto, moto o burro,… Increíble.

Llegamos y el patio está lleno de niños que han llegado de excursión, me imagino. Compramos los tickets, entramos y de repente se abre ante nosotros todo un mundo de ultratumba: pisos, habitaciones y espacios llenos de estatuas, sarcófagos, momias sin orden lógico alguno desde la visión occidental de “museo”. Ni inscripciones, ni explicaciones ni recorrido marcado alguno. Sabemos que de allí no queremos salir sin ver las momias y el tesoro de la tumba de Tutankammon. Son las 4 y cierran a las 6:45, así que no disponemos de mucho tiempo. En realidad, todo aquello da para un día entero.

Subimos al primer piso y allí encontramos nuestros objetivos. Ambos, para quitar la respiración. En el primero, me impresiona el grado de conservación de las momias: todavía hoy se les conserva perfectamente el rostro, el pelo, las uñas, los dientes, la forma de los huesos… Incluso alguno que murió en plena batalla aparece con el rostro desfigurado. Me impresiona no sólo el encontrarme los cuerpos frente a frente sino el hecho de que aquellos faraones consiguieran su propósito: 4.000 años después todavía podemos observar sus cuerpos preservados y sus obras, no menos impresionantes. Magnas donde las haya, resistentes a fenómenos naturales diferentes,… ¡Qué barbaridad!

El tesoro de pequeño Tutankammon me impresiona por la perfección de la riqueza que lo envuelve. Cada detalle, cada piedra tallada,… los sarcófagos donde lo colocaron… y todo encaja a la perfección. Todavía me impresionará más cuando tenga la oportunidad de estar en el Valle de los Reyes y vea las dimensiones reducidas de su tumba y la capacidad de aquel pueblo.

A la salida nos perdemos por las calles céntricas, repletas de gente que sale a comprar y de escaparates no menos sorprendentes: abundan las tiendas de ropa interior y me impresiona lo pornográficos que resultan ser para la visión occidental. La fantasía les llega lejos y después nos contarán que esos son los modelitos que suelen vestir las mujeres debajo de sus ropajes… Nunca me lo hubiera imaginado así.

La sexualidad resulta un tabú social, pero no lo aparentan los escaparates. Tampoco los anuncios de un par de farmacias que me sorprenden por el tamaño de la fuente que han utilizado para anunciar la venta de Viagra… ¿Qué pasa? ¿En qué contextos se trata y en cuáles no?

Por la noche, ya degustando delicias libanesas (en especial un babaganoush que está de muerte), Fran nos descubre grandes secretos de la sexualidad en el mundo árabe… Estoy que no salgo de mi asombro, y lo peor será que lo confirmaré a lo largo del viaje hablando con los propios egipcios.

30 de noviembre de 2008

Tres horas antes de que salga el avión, me pongo histérica al mecionarme mi vecina si estoy segura de que Vasa no necesita visado de tránsito para Grecia. Ni siquiera se le ha ocurrido llamar a la embajada. Desgraciadamente, ahora ya es tarde. Son las 5 pm y para más inri, es domingo. No me quedaré tranquila hasta que nos vea en Atenas comprándole a Fran algunas botellitas de whisky con las que alegrase la vida de vez en cuando, y tomando café con unos chipriotas que regresan a Larnaca. Destino para el próximo año, me digo a mi misma con una sonrisa en la cara.

Pasamos el último control de seguridad y emocionada por la ausencia de pegas policiales, me olvido el móvil, mi bolsita con el dinero y las llaves de la casa de Belgrado. Me percataré casia casi a punto de entrar en el avión. Al regresar, corriendo, los policias reconocen inmediatamente qué me pasa por la cara de susto que debo tener. ¡Qué cabeza! ¡Cada vez más despistada!

Nos montamos en el avión y el próximo objetivo es conseguir el visado egipcio. Yo me lo he gestionado en Belgrado, pero Vasa no. La señora de la Embajada, desgradable donde las haya, nos podía demasiadas pegas, así que hemos decidido sacarlo en la frontera sea cual sea su precio; no importa si hay que soltarle algunas librillas al poli entre las páginas del pasaporte.

Al final nos entra la risa al ver cómo se consigue el visado en tierra firme. Llegas, te acercas a uno de los múltiples bancos donde venden las pegatinas, te la pegas en tu pasaporte tú mismo, y se lo entregas al poli de turno para que te estampe un bonito sello en árabe. Así de fácil... y nosotros tanto sufrir y tantas conversaciones a gritos con la encargada de los visados egipcios en Belgrado. El turista es money, y si tiene money, entra.

A la salida nos espera Fran, que aguanta sonriente a pesar de las horas que son. Casi las 4 de la mañana. Según él, "horas normales" en Egipto. Es más, añade que es probable que haya atasco al entrar en la cidudad. Por suerte, sus expectativas no se cumplen. Atravesamos la capital egipcia por autopistas que la recorren por el cielo y llegamos a Dokki en unos 30 minutos y por unos 6€.

Descargamos las mochilas, nos tomamos la primera copichuela, charlamos un ratito y al primer canto de la oración, sobre las 5am, nos retiramos.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Ya casi listos


Ya casi listos, haciendo la maleta y rematando mil y una historias. ¡Qué raro eso de meter camisetas de manga cortas, sandalias, dejar cazadoras, bufandas y guantes en casa,...! jejeje... Para el Cairo dan sol y 25ºC; para Abu Simbel, que creo que gana fuerza como primer destino fuera de la capital, entre 25ºC y 30ºC durante el día. Por la noche, 15ºC... ¡Qué gozada!, sobre todo, teniendo en cuenta que esta semana han caído aquí las primeras nieves.

En menos de 24 horas estaremos ya camino del aeropuerto y a puntico de montarnos en el avión: primero haremos escala en Atenas y, después, partiremos rumbo al Cairo, adonde llegaremos a las 3 de la madrugada. Allí nos estará esperando Fran y, por lo que me ha explicado, se me van a abrir muchas ventanitas de mi llegada a la India: aterrizaje de madrugada, gente, gente y más gente, caos, coches, taxis... Me muero de ganas. Lo único que me entristece es que Nikon no me ha reparado el objetivo largo de la cámara en el tiempo que habían dicho, y me voy un poco disgustada en ese aspecto. Los que me conocen saben cuánto significan las fotos para mí. Es a través de ellas como veo el mundo... Pero bueno, habrá que tomárselo con otra filosofía. No pienso dejar que "esta tontería" me arruine el viaje, aunque sé que me acordaré con frecuencia; cada vez que se me presente una vida cotidina, una cara, unos ojos,... y no pueda fotografiarlos, porque esas situaciones son las que más reparo me da captar desde cerca. Detalles, jeroglíficos,...

En fin, que en breve empieza la aventura :)

jueves, 27 de noviembre de 2008

Eso de los puentes... tiene peligro :)


Se acerca el puente de diciembre y los que me conocen ya sabían que me iba a ser difícil o casi imposible quedarme en casa. Me "duelen" los puentes sin viajes, así que no hemos tardado en decidir destino. Hasta hacía poco, Egipto me había llamado en absoluto la atención... Demasiado turístico, poco que ofrecerme... Este año está allí un colega que se ha sacado la plaza, y eso del turismo cervantino es una de las mejores cosas que tiene este trabajo :)))

A medida que me voy leyendo la guía, crece y crece mi interés por esas tierras... Nilo, pirámides, faraones, tumbas, momias,... pero también mundo musulmán, zocos, mezquitas, comida, especias, tés,... y nubios, desierto, pueblos africanos,... mucho. Y de todo ello, intentaremos sacar lo mejor en los días que tenemos.

De momento, seguimos sin muchos datos sobre el viaje:

- La ida, el 30 de noviembre. La vuelta, el 8 de diciembre.

- Dos: Vasilije y yo.

- Punto de partida, Cairo. Después, probablemente, nos adentraremos en los valles del Nilo hasta Luxor y alrededores y Aswan. Nuestro deseo, Abu-Simbel, pero todavía no sabemos si lo conseguiremos... Son mil kilómetros y pueden pasar muchas, muchas cosas.