domingo, 28 de diciembre de 2008

3 de diciembre

El aeropuerto del Cairo es lo más caótico que he visto en mi vida. Nuestro vuelo no aparece en las pantallas y tampoco nadie sabe desde dónde sale, dónde hay que facturar... Preguntaremos en la oficina de Egyptair, recorreremos a pie los 3 edificios,... y nadie, absolutamente nadie, sabe cómo ayudarnos. Al final, decidiremos entrar por donde no pensábamos jamás que se pillaría el vuelo y allí encontramos la respuesta a todas nuestras preguntas: en el aeropuerto del Cairo, primero se pasa el control de seguridad y después, se factura. Las pantallas no siempre se actualizan (¿para qué?) y nuestro vuelo hará dos paradas: una en Aswan y otra en Abu-Simbel.

Nos tomamos un café para entrar en calor y nos saldrá caro, carísimo: a unos 2,5 euros el café. Reclamamos, pero el camarero nos trae una lista de precios en inglés que no me convence; no tiene la de los precios en árabe.

Al subirnos en el avión, siento que aquello se mueve más que nunca y no puedo evitar sentir miedo. La cara de pánico que también a veces se refleja en la de Vasa me atemoriza todavía más. El aparato se balancea especialmente al despegar y al aterrizar.

Llegar a Abu-Simbel en avión merece la pena. El paisaje es curioso, con un montón de islistas puntiagudas que sobresalen por la superficie del lago Nasser, de un azul intenso. De repente, a un lado, el templo y en breves instantes, el aeropuerto, situado en pleno desierto.

Al bajar del avión, nuestras mochilas ya están fuera, esperándonos. Las cogemos y nos dirigimos a la salida, esta vez solos, puesto que los japoneses se han apiñado para montarse a su autobús. Desorientados, se nos acercan 4 ó 5 señores grandes y negros en sus vestidos grises y turbantes. Gritan. No entiendo nada, y de repente distingo "hotel", "taxi",... "yes, yes"... Hemos visto en la guía que hay un hotel al lado del templo, el Nefertari, y a la persona que lo recomendaba se lo habían dejado por 37 dólares la noche. Iban él, su esposa y su hijo.

Los tres kilómetros que separan dicho resorte del aeropuerto me sorprenden. El verde intenso y las flores de las buganvillas pueblan los alrededores de la villa, inmersa en pleno desierto. La presencia cercana del Nilo se huele...

El Nefertari también me sorprende. Por un momento, me transporta y creo imaginar que estamos en una de aquellas villas típica de los ingleses cuando colonizaban continentes en el XIX según lo muestras las pelis. Es precioso, pero tiemblo cuando nos pide el precio de la habitación: 130$/noche, que imagino que deben de ser unos 100€ al cambio. Ni de coña… Hay unos 5-10 minutos de tira-y-afloja y nos mostramos decididos a no pagar más de 50€, que ya son muchos para nuestro presupuesto. El tío se niega y acabamos saliendo del hotel con las mochilas en las espalda y sin saber muy bien adónde ir. La tranquilidad de Vasa me tranquiliza y sé que al final todo saldrá bien, aunque por momentos me imagino también durmiendo tirada en algún rincón arenoso de la zona. Buscamos en la guía que llevamos y encontramos un “hotel” a 2 km que nos cobra unos 20€/noche. Aceptamos de inmediato y un chavalito que trabaja en una de las tiendas cercanas se ofrece para llamarnos a un “taxi” al vernos tan desorientados. Le prometemos que más tarde nos acercaremos a su tienda para echar un vistazo.

El “taxi” resulta ser un coche particular y llegamos a la conclusión de que los taxis como “taxi” no existen. Y es que en realidad estamos en una aldea nubia a la que no se acerca ni Cristo ya que la mayoría de turistas llegan a las 7am de la mañana y se piran a las 10 am después de haber visitado el templo. Sólo se puede llegar vía avión o en autobús bajo un convoy policial que recorre la zona del desierto ya que es una zona inestable por su proximidad con Sudán. Así que el turismo, lo que se llama turismo, está muy poco desarrollado en la aldea.

Llegamos a nuestro hotelito y nos alegramos de tener un techo donde dormir, aunque sea un lugar según los estándares africanos: camas regulín, alguna cuqui que otra, un baño que mejor usarlo rápido y sin mirar demasiado y sin agua caliente, of course. La verdad es que no le hacemos mucho asco y pronto nos dejamos caer porque estamos muertos; no hemos dormido en toda la noche y necesitamos cargar pilas.

Sobre las 12 nos levantamos, me ducho y nos dirigimos al templo. Son 2 kilómetros hasta allí y para llegar hay que pasar por la aldea. Somos los únicos blancos que hay y las pupilas penetrantes no faltan. Tampoco chicos que se nos acercan, nos preguntan por nuestro nombre, nuestro país,… hablan, hablan, hablan… hasta que de repente escuchamos la palabra mágica: “taxi”. Aceptamos y les pedimos que nos lleven a un banco. No nos hemos acordado de cambiar dinero en el Cairo y ahora no tenemos ni un duro. Lo peor es que aquí no hay ATM y si tampoco hay bancos pues… nos tocará fregar algún plato que otro y arreglar habitaciones. Por suerte hay. Vasa entra y yo me quedo hablando con el taxista, muy amable, por cierto.

Al rato llegamos al templo y nos quedamos maravillados. Y para mayor placer, estamos completamente solos… Lo mejor es lo bien que se conserva el interior, que por desgracia no podemos fotografiar. Nos enteramos que parte del secreto está en que este edificio estuvo escondido bajo la arena del desierto durante muchos, muchísimos años, por lo que no estuvo expuesto a la visión ni acción del hombre. Lleva sólo 150 años “descubierto”.

Lo mandó construir Ramsés II y quiso que su majestuosidad y poder ante los nubios quedara muy patente, de ahí el tamaño de las estatuas. Sin embargo, una de las cosas que más fascina de toda esta historia es que el 21 de octubre, día en que el faraón cumplía años, y el 21 de febrero, día en que fue coronado, el sol atraviesa los 60 ó 70 metros de profundidad del templo e ilumina su figura, la de Nefertiti y la de otro dios que los acompaña. Alucinante…

Otro aspecto: Este templo no es el original sino que el primero estaba 100 metros más abajo, junto al Nilo. Sin embargo, la idea de querer construir una presa llevo urgentemente a la UNESCO a cortarlo cachito a cachito y volverlo a montar más arriba para "salvarlo". Impresionante...

Acabamos de visitar ambos templos, del de Ramsés y el de Nefertiti, 100 metros a la derecha, y ya a punto de retirarnos el guardia nos ofrece echarle una foto al interior. No me puedo contener; es un auténtico caramelito, aunque soy consciente de que tendré que pagarlo. Le damos 5&E y salta con un "Only that?". Nos quedamos flipados, pero asentimos sin dudarlo. De repente nos pregunta "You married?". No lo dudamos y respondemos "Yes", ante lo que el guarda no duda en preguntar "And the kids?"... No podemos evitar mirarnos y reirnos "We're recently married... Kids will come one day". Debe pasarse el día solo y le apetece charlar un rato, con lo que continua interrogándonos "You Cristians?". Respondemos que sí y Vasa añade "I, Ortodox", y esas se convertirán en las palabras claves. Sus pupilas se abrirán, brillarán, y ahí me daré cuenta de cuán importante es la religión para esta gente. No tarda ni 3 segundos en mostrarnos su muñeca; lleva una cruz ortodoxa grabada, signo que después veremos que llevan todos los coptos. Él también es cristiano y ortodoxo. Es de El Cairo, pero ha tenido que dejar a su familia porque necesita ganar algo de dinero para mantenerlos. Se le ve triste y me da pena, sinceramente. Vivir lejos para encima ganar "cuatro chavos", tener que ser corrupto para sobrevivir. Intercambiamos, hablamos y nos explica que los coptos son minoría y que la vida es difícil para ellos, pero que en Abu-Simbel todavía conviven las dos comunidades en paz. Inevitablemente, no puedo evitar sentirme más tranquila.

Nos despedimos con una sonrisa y una cálida mirada. Ya estamos dándonos la vuelta cuando se repente grita "Madame", y veo que me extiende la mano con el billete de 5&E que le hemos dado antes. "Don't want money", pero me niego a cogerlo. Me ha dejado echar la foto y creo que se lo debo.

A la salida, tomamos un té en la terraza y alucinamos con lo que vemos: los guias turísticos con las japonesas maduritas... justo lo que nos habían dicho. Dicen que en los países musulmanes es muy frecuente que las europeas, americanas, japonesas,... maduritas acudan en busca de chavales jóvenes necesitados de roce y dinero. Es decir, es la imagen que tenemos de Cuba o Tailandia, pero con los papeles de los sexos invertidos. Curiosamente, no será la única vez que lo veamos... incluso tendremos oportunidad de que nos lo expliquen los propios egipcios de primera mano.

A las 7 volvemos al templo porque hay un espectáculo de luces. No espero mucho, pero sé que a Vasa le da ilusión. 40 minutos más tarde habré cambiado de opinión completamente. Me sorprende positivamente... Los templos iluminados son una pasada, la historia es preciosa y me pone los pelos de punta saber que estoy en medio del desierto y con el Nilo a 20 metros a mis espaldas. La única pena es que el show ha sido en japonés y, aunque llevaba auriculares con versión en inglés, no podía evitar escuchar "gritos" por "ahí afuera".

Salimos y ya es oscuro por completo. Vasa negocia un taxi que nos dejará en la aldea. Ahora toda excursión para encontrar un local donde cenar. No nos cuesta mucho y tenemos la oportunidad de degustar el falafel más delicioso que probaremos en Egipto. Después, cambiaremos de local y probaremos un panecillo de hígado y pimiento verde... mmmmm...

Nos retiramos pronto. Me da pena no haber podido echar más fotos al poblado, porque verdaderamente es auténtico. Mañana tenemos el avión a las 6h. y antes no habrá luz ni vida suficiente. Tendré que volver :)

Al hotel regresamos andando. El paseo no es muy largo y además resulta agradable el calorcito nocturno africano. La única cosa en la que no habíamos pensado y que hemos leído en la guía es que aquí hay malaria. No hemos tomado medicación ni hemos traido mosquitera. Me costará dormir, ya que escucho mosquitos cercanos a mi oído toooooda la noche.

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